sábado, 9 de mayo de 2009

Los Cabos

No es difícil adivinar porque Los Cabos es el sitio favorito de muchas estrellas de televisión y cine jolivudense, si uno recuerda lo que la TV y las revistas le han enseñado se trata de personalidades con mucho dinero y asedio de todo –y en todo- mundo. Ellos pueden escaparse cualquier día, a cualquier hora y con todo el justificado derecho a aislarse, no en una isla, sino en un paradisíaco ambiente sobrio y bello: cactus y mar, sol y arena clara, rocas de caprichosas formas y fauna marina a la vista, diversión cosmopolita o silencio apacible.

Hoteles exclusivos como el One and Only forman parte del paisaje de San José del Cabo, ahí el sonido de un caracol avisa que hay ballenas saludando desde el mar. No es difícil dibujar la increíble escena, y en sí todo el escenario: un bulevar costero que llega hasta Cabo San Lucas de un lado es todo hoteles a la orilla del mar, restaurantes y bares, del otro lado hay casas, supermercados, negocios varios etc. Y llegando a San Lucas, la puesta de sol es generosa y te regala un bello color para fotografiar al dragón que bebe agua, como le dicen a la roca que forma el famoso arco de las postales.

Mucho se dice que Los Cabos son un destino turístico demasiado caro, y es cierto, pero hay que agregar que hay opciones, como en muchos otros lugares que mitificamos para demorar la visita tal vez. No debe pasarles eso por mucho más tiempo con BC. Existen hoteles como Las Palmas, donde si comparten el hospedaje pueden por menos de 500 pesos pasar un par de noches muy cómodas, tiene alberca y una terraza con vista a los hoteles que sí tienen acceso directo al mar, y no al bulevar como en este caso, pero bueno, como les decía, hay opciones, y el lugar era realmente agradable.

Mejor guardar un poco de dinero para comer al menos un par de veces en uno de tantos restaurantes con menús típicos y formidables: burrito de marlin, cayos de hacha, camarones, definitivamente hay mucho que comer, y no sólo mariscos, pero es que son tan buenos. Uno no sabe cuan cierto es eso de que los maricos del pacífico son los mejores hasta que los prueba, y es que son tan buenos los del Golfo también que es difícil imaginar que algo ya bueno pueda ser perceptiblemente mejor, pero lo es. Y por cierto, para acompañar: una ballena.


Otra cosa que requiere de su buen presupuesto es el recorrido en lancha, bote o yate para ver ballenas y leones marinos cerca del arco, hay desde los 400 pesos hasta.. uff, ¡saber cuánto puede cobrar un yate! pero si sus gustos son exclusivos y caros sabrán de inmediato a cuál abordar, hay muchas opciones, el muelle es en sí un buen lugar para caminar y curiosear; pero el tour que yo tomé con mis amigos no pasaba de esa cantidad y la barra libre con nachos como botana no estaba nada mal. Recuerdo que nos tocó ser parte de la celebración de una quinceañera chilanga, fue muy divertido, bailó con al menos 10 extranjeros de nacionalidades distintas y un tamaulipeco esa noche. Y lo mejor viene al caer la tarde, al mismo tiempo que las colas de ballenas que saludan y su gran presencia que emerge cuando respiran, las mantarrayas que saltan de repente, el sonido de los leones marinos y el cetáceo, el arco color marfil, las playas escondidas que han sido escenario de filmes épicos. Entonces puedes ver las luces de la ciudad y los veleros blancos acercándose al muelle, para allá tenemos que ir todos, pero no hay prisa, como no tendría que haber nunca en un sitio así.

En fin, no hablaré mucho de antros, pero debes saber que puedes encontrarte al elenco de Friends ahí ¡ah! y a Pink, cuidado con las gelatinas y con bailar sobre la mesa, es de esos lugares donde todo está preparado para que nadie pueda aburrirse.

De Los Cabos a La Paz

En la capital de Baja California Sur se encuentra la sede de Bajaferries. El ferrie que cruza desde el mar de cortés hasta Sinaloa, puedes elegir entre Topolobampo o Mazatlán. Nosotros optamos por el primero ya que hicimos una breve escala familiar en Los Mochis, a unos minutos del famoso puerto, reconocido por sus buenos mariscos y porque la economía se basa en ello y en el transporte de mercancías hacia BC.

Antes de llegar al puerto sinaloense, disfrutamos de casi 7 horas de mar. Azul arriba en el cielo y por los tres lados que puedes andar sobre la cubierta. Otra vez mantarrayas saltando. Adentro puedes dormir, estar en uno de los bares, restaurantes o ver una película, pero a mi me gustó el viaje afuera, es una experiencia incomparable. En términos prácticos y liberándome de una vez del arrullo del mar que me estaba meciendo, se trata de una excelente opción de transporte ya sea en términos reflexivos, cómodos y funcionales o para quien nunca ha estado en altamar (el servicio normal. es decir sin camarote- costó entre 600 y 700 pesos, en el 2008.

Y antes de zarpar, en La Paz, o esa pequeña parte de las afueras de la ciudad, encontré esa combinación de colores que quizá ya había admirado en algún diseño artificioso o en algún cuadro. La aridez que queda cuando se termina el mar de varios azules no es tanta como para no dar espacio a algunas buganbilias alrededor de los restaurantitos cercanos al muelle, muelle que huele a pescados y sal; los pelícanos enormes son parte de la mezcla, aportan un blanco en vuelo o bien en pose, de cualquier manera le van bien al lienzo en movimiento.
Ya en tierra firme, lo que puede interesarnos a todos de Los Mochis es que ya a esas alturas del noroeste se puede comprobar que tienen una exquisita carne en cualquier variedad de taco que se le antoje, en ésta ciudad de amplias calles son especialistas.

En los Mochis, además de buenos tacos y parientes míos hay una estación de ferrocarril, se trata de la ruta Chihuahua Pacífico.

El Chepe

Mi primer viaje en tren no estuvo nada mal. Tengo entendido que se trata de una de las 10 mejores rutas ferroviarias de América. No lo dudo. La sierra tarahumara es impresionante.

Desde que nos acomodamos en los asientos queríamos estar parados, y no porque fueran incómodos, de hecho no lo eran (elegimos primera clase esta vez) pero había puertas hacía ventanas por donde podíamos además de ver, oler y sentir el aire frío en las mejillas. Corrían los primeros días enero.
Recordar el viaje en El Chepe es como evocar una navidad feliz, de esas de la infancia, con regalos bonitos y familia contenta, así de cálido a pesar del frío del invierno, así de despreocupado y alegre como la niñez.

La primera parada que hicimos en las Barrancas del Cobre -como se le conoce a éste sistema de barrancas solo comparable con el Gran Cañón- fue Bauhichivo, en el municipio de Urique (1620 metros de altitud). Ahí buscamos un chofer - entre los muchos que esperaban por decenas de turistas que descendimos del tren- , habíamos reservado vía Internet una habitación en las cabañas de San Isidro.

Una combi nos llevó hasta allá, a lo alto de las montañas. Ahí, Don Mario nos atendió como reyes. Sólo había una pareja de canadienses hospedándose por esos días. Con ellos realizamos un paseo por el lugar y luego comimos juntos en el comedor de las cabañas, nos sirvieron en deliciosos tres tiempos, encendieron una fogata afuera para la sobremesa, prepararon margaritas y palomitas, realmente no imagino cómo podía ser mejor. Un amigo de Don Mario llegó desde Chihuahua esa noche, platicamos y bebimos con él. Al otro día, después de descansar en una calientita habitación con chimenea, teníamos prisa por descubrir el desayuno, todo era realmente bueno y las tarahumaras hablaban en un idioma que sólo ellas entendían y se reían de nuestras caras de felicidad. Después rentamos un caballo y unos niños nos guiaron a las piedras en forma de rana y la vista hacia la cascada. Ya no queríamos irnos, pero esa tarde tomamos el tren nuevamente, no sin antes hacer un generoso paseo en la misma combi que nos llevó a la estación, conocimos así Cerocahui y su templo jesuita y nos topamos sin querer con las primeras “casas tarahumaras” que nos mostrarían más adelante como un atractivo turístico.



Abordamos el tren satisfechos de nuestra primera incursión en poblados montañeses. El siguiente descenso fue en Divisadero, donde todos los pasajeros podemos bajar por 15 minutos a tomar fotos y estirar las piernas –deben tener cuidado con el olor de las fritangas que venden a unos pasos de la estación-. Se trata de la parada obligada, hay pocos puntos tan accesibles para ver las barrancas del cobre en su máxima dimensión. Da vértigo. Y embelesan. Para esas alturas ya estaba haciendo amigos, un español y un mexicano estudiantes de geología de la UNAM nos pidieron una foto y ahí empezó la buena relación de turistas que no debe faltar en los viajes. Como tampoco las artesanías, que en esta parada abundan.

Nuestro destino principal era Creel, desde las páginas de Internet que checaron mis amigos para armar el itinerario pintaba interesante. Y fue mejor de lo que las pantallas pueden mostrar, en ese pueblito hay que estar.

La Posada Margarita era el único lugar con hospedaje disponible por esos días, el pueblo estaba lleno de turistas, y lo disfrutamos, las dos noches que pasamos ahí hubo buenas reuniones, callejeras y de lobby de hotel (el Western, muy recomendable), suizos, españoles, alemanes, canadienses que recorrían América y un par de californianos que buscaban los ríos de montaña coincidieron con unos cuantos mexicanos que se dispusieron a conocer un poco más de su propio país.

Volviendo a la posada, se trata de una casa grande con un comedor compartido, trato amable y sazón aceptable, y francamente económico: 120 la noche en una habitación compartida con agua caliente, algo muy, muy importante. Por la noche, durante la cena, amenizó un trío local de música, por supuesto, norteña.

En cuanto a los atractivos turísticos de este municipio chihuahuense se cuenta el Valle de las ranas (rocas de formas curiosas), el lago Arareko (grande, muy lindo) y las piedras elefante y tortuga. Hay ríos a los alrededores, ideales para el kayak y excursiones en bicicleta.
Fue una pena tener que abordar el tren nuevamente y es que eso significaba abandonar Creel y subirnos por última vez al Chepe ya que descenderíamos nuevamente en Chihuahua. Recuerdo la sensación de nostalgia instantánea desde el pasillo mirador del tren viendo el pueblo que dejábamos atrás.

Pero lo mejor del recorrido por la tarahumara no es fácil de sentenciar ni de definir. A unos kilómetros del punto de nuestro último abordaje la temperatura iba en descenso, y nosotros montaña arriba, como esa parte alta de la montaña rusa antes del descenso, y entonces el paisaje del atardecer era de colores entre gris y blanco, riachuelos congelados y algo que parecía nieve a lo lejos, quizá era sólo escarcha, pero era hermoso.

Y después, ya de noche y descendiendo con el motor aparentemente apagado desde mi asiento, casi acostado viendo por la ventana, lo primero que me sorprendió fue el limpio sonido de los vagones golpeándose sus fierros en las curvas, las luces del interior se apagaron por completo después de un ruido de claro e intencional corte de energía eléctrica, y como si hubieran abierto un telón de teatro el amable personal del tren no dijo nada y observé el cielo. Las estrellas estaban tras del cristal de la ventana. Sólo una vez en mi vida había visto un cielo así de negro con tantas estrellas así de brillantes, en los altos de Chiapas y después en Cuatrociénegas Coahuila, y curiosamente en los tres lugares la sensación ha sido distinta y fascinante. En el tren el sonido era nuevo para mí, la altura también, y el cristal entre nosotros y el espacio exterior hizo volar mi imaginación. Creo que Carla – mi compañera de viaje- quería llorar de la emoción.

Llegando a Chihuahua nos bajamos del tren y su movimiento nos acompañó unas horas más, como cuando después de un baño en el mar las olas te siguen a la cama en la noche.

Dormimos en un hotel cualquiera de la zona centro de la ciudad, al otro día volábamos a Monterrey.

Pero no nos subimos al avión sin aprovechar las menos de 24 horas que pasamos en la ciudad, conocimos el centro histórico en el típico recorrido de turibus y regresamos corriendo al Museo del Mamut donde hay fósiles gigantes ¡y un esqueleto de ballena!. Tratamos de entrar a una cantina pero estaban cerradas –las menos peligrosas en apariencia-, era temprano. No dejamos tampoco de comer algo típico y los burritos no nos defraudaron. Chihuahua es grande, muy grande, aspecto urbano pulcro y de aire también limpio. Me gustaría regresar con más tiempo para más cantinas y para ir a El Pasito, como El Macalito tampiqueño.




2 comentarios:

  1. ¡¡¡yo quiero ver mantarrayas voladoras!!!!

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  2. Ando con ganas de conocer este destino! no saben que empresa organiza Viajes a Los Cabos para hacerlo alguna consulta, si me ayudan con eso estaré bien agradecido.

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